Las mil cabezas de Rodrigo Santoro
- Diego Montoya
- 8 oct 2015
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 2 feb
Uno de los actores latinoamericanos más exitosos de la industria del cine mundial habló con Avianca en Revista sobre retos encarados y reconocimientos alcanzados. Su reciente papel como un legendario futbolista brasilero es escalofriante.

Entrevista publicada en Avianca en Revista, Edición 85
Después de encarnar a un joven interno en un manicomio en Bicho de siete cabezas, y de hacer de travesti en Carandiru –uno de los filmes brasileros más celebrados de los últimos años–, Rodrigo Santoro saltó, gracias a un talento innegable, a las grandes ligas de la gran pantalla internacional. Apareció junto a Hugh Grant, Colin Firth y Laura Linney en Love Actually; lo recordamos acompañado de Cameron Díaz en Charlie’s Angels o como Raúl Castro en las dos partes del Ché de Steven Soderbergh. Y, claro, encarnó a Xerxes –el legendario y malvado emperador persa– en 300, la adaptación de la novela gráfica homónima de Frank Miller.
Este año, el actor de 36 años irrumpirá en salas de cine con una actuación protagónica escalofriante. Se trata de su papel en Heleno, una película en la que hace de Heleno de Freitas, la primera gran leyenda del fútbol brasilero. Entrar en la piel de este jugador, quien tras tocar la gloria enloqueció y murió de sífilis en 1959, supuso un enorme reto actoral para Santoro. Así fue su experiencia.
Hablemos de su preparación para Heleno. Además de ser un papel cargado de emociones, le tocó adelgazar mucho…
Fue exhaustivo. Yo investigo mucho para prepararme, pero es importante conocer los límites. Tenía que estar con una energía muy altiva todo el tiempo y tuve momentos muy difíciles. Estaba físicamente muy frágil. No dormía bien y no tenía fuerza física, a pesar de que me cuidaban médicos y nutricionistas. Un día llegué a casa y mi novia se sentó en mis piernas. Entonces me desplomé en un desmayo y ella me dijo que quería que yo cortara con la película.
Heleno pasa del glamour y la elegancia a la enfermedad y la pobreza. ¿Cómo logró ese contraste?
Me entrené con mucha música. Para la fachada glamurosa escuché mucho a Billy Holliday y Chet Baker. Y cuando descubrí que Schumann murió de sífilis, empecé a oírlo todo el tiempo. Realmente contiene un sentimiento especial. Esto me alimentaba para la parte en la que él estaba enfermo. Y estuve todo el tiempo jugando con el ego. Él nunca deja de ser arrogante. ¿Sabes? No creo que Heleno fuera alguien superficial. Era mucho más que eso. Quería hacer historia pero no conseguía convivir con la gente.
¿Cómo es tener la responsabilidad de encarnar a un símbolo cargado de sentimientos nacionales?
Muy bien, pero es cierto. Este personaje es un símbolo en Brasil y encarna una parte importante de la historia de su fútbol. Entrevistando a la gente me di cuenta de que muchos lo odiaban y que otros lo idolatraban, pero también que siempre hablaban de él con pasión.
Por otro lado, yo trato de hacer por lo menos una película al año en Brasil. Allí estoy conectado con lo que soy. Es bueno conocer el mundo, pero siempre he sentido la necesidad de volver y estar en mi casa, con mi familia, con mi perro, con mis amigos. Mis agentes me dicen: “hay que estar allí, en Los Ángeles, en Estados Unidos”. Yo digo que sí, pero solo por un tiempo.
¿Alguna decisión en su carrera a la que le atribuya su éxito?
Sí, probablemente dos. Yo crecí pensando en ser médico y finalmente decidí estudiar periodismo. Pero siempre había actuado como un hobbie. Un día acompañé a un amigo a que hiciera un casting para televisión. Cuando le tocó el turno, decidió que no lo haría, así que me presenté yo, que había memorizado el diálogo en la fila. A los tres meses me llamaron para que fuera a la cadena de televisión. Por otro lado, haber hecho Bicho de siete cabezas, mi primera película, fue determinante. Fui a Europa, apareció Miramax, me llamaron otros en Estados Unidos. Desde ese momento no he parado.
¿Cómo fue filmar 300, cuando en esa película los efectos visuales son tan protagonistas?
Es una experiencia completamente distinta y extremadamente difícil. Estas frente a una pantalla azul y el equipo es gigante: 100 personas manejando millares de objetos. El primer día no entendía lo que estaba pasando. Tanto, que llamé a mi mamá y le dije: “Estoy perdido”. Pero luego entendí que se parecía un poco al teatro: debes estar muy concentrado imaginando todo a tu alrededor, porque no hay nada y en cambio hay de todo para desconcentrarte. Debes mirar para adentro.
Mi personaje era un gigante, así que tenía casi siempre la mirada para abajo, hacia los pies de la gente. Pero es un trabajo solitario. No actuaba casi junto con otros actores, aunque a veces los otros actores me ayudaban diciendo sus líneas a mi lado. Y bueno, cuando vi la película pensé… pero muchacho, ¡¿a qué horas?! ¡Yo no vi todo eso!

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