The Macallan y CDMX: a brindar con los difuntos
- Diego Montoya
- 20 ene 2023
- 5 Min. de lectura
THE MACALLAN PRESENTÓ UN SINGLE MALT INSPIRADO EN CIUDAD DE MÉXICO Y, PARTICULARMENTE, EN LA HERMOSA TRADICIÓN DEL DÍA DE MUERTOS. CRÓNICA DE UN LANZAMIENTO POR TODO LO ALTO.

Por Diego Montoya
Publicado en Revista Credencial,
AÚN CON UNAS POCAS GOTAS del famoso whisky en mi copa, me levanté de la mesa para buscar a Diane. Quería felicitarla por su trabajo. Es que es difícil de creer, pero la expresión de The Macallan que ella elaboró más recientemente cumple con el descabellado cometido de condensar —o mejor: de expresar— rasgos clave de la Ciudad de México durante el Día de Muertos.
El líquido consigue lo anterior con sutilezas, con metáforas sensoriales. La primera nota que pesca la nariz es de panadería dulce y cremosa, cálida y amable: es el ‘pan de muerto’ que acompaña las celebraciones de temporada, una suerte de mojicón colombiano, igualmente cubierto con azúcar, solo que más redondo, más grande y con una tira de pan moldeada encima para evocar la osamenta de los difuntos. Ahí está pintado el humor mordaz de los mexicanos, cuyas tradiciones logran ponerle goce, alegría y color al acto de recordar a quienes ya partieron.
A dicho aroma le acompaña algo lejano de cáscara de naranja y, según dicen, una referencia olfativa al cilantro que yo no logré pescar. El primer sorbo —solo el primero, y de manera muy corta— le muerde a uno la lengua en un aprovechamiento consciente de los 48 grados de alcohol del whisky: son los chiles picantes, omnipresentes en la cultura gastronómica local, esa que es un verdadero lujo incluso en cualquier acera. La cosa evoluciona y aparece una piña cocida levemente ahumada, como la que se pone sobre ciertos tacos.
No fue fácil encontrar a Diane en el atiborrado patio colonial del exconvento de San Hipólito, en el centro de CDMX. Una procesión de vestidos, pieles y corbatines provenientes de todas las latitudes había peregrinado hasta allí para celebrar el lanzamiento de esta botella, la tercera de una serie llamada Distil Your World, cuyo espíritu es el de homenajear grandes ciudades: las dos anteriores “destilaron” a Londres y a Nueva York.
El lugar era un mundo paralelo: la formalidad de celebridades, periodistas y millonarios entusiastas de The Macallan —cuyo marketing apunta al mercado de lujo— hacía un juego coqueto con lo que parecía ser un millón y medio de flores cempasúchil en arreglos frondosos aquí y allá: un tapiz de pompones fragantes de color naranja cuyo perfume inspiró, también, notas en el líquido. Y para colmo, una orquesta de mariachis con las caras maquilladas como calaveras —fantasmagóricas y al mismo tiempo festivas— tocaba sus instrumentos de cuerda entre los pilares del patio, construido en el siglo XVI.
Cuando vi a la whisky maker de The Macallan le noté una expresión de absoluta complacencia que delataba dos cosas. Por un lado, su gran noche había salido bien: yo era, quizá, el ‘felicitador’ número 28. Y por el otro, descansaba por fin tras haber lanzado al mercado el proyecto para el cual había trabajado intensamente desde hacía más de un año, cuando viajó por primera vez a México para investigar la cultura gastronómica de ese país, nada menos que de la mano de Joan Roca.
El célebre chef catalán también estuvo involucrado en la iniciativa, solo que, en su caso, para desarrollar un menú en el Celler de Can Roca. “Yo estaba supernerviosa cuando vine esa primera vez. Pero lo cierto es que, de alguna manera, este país hizo que me reencontrara conmigo misma”, me comentó Diane, con su propia copa en la mano. “No son solo sabores y aromas lo que yo quise capturar en el whisky, sino también los sentimientos de ese viaje. Quienes me conocen en Escocia dan fe del efecto positivo que tuvo en mí, sobre todo después de lo difícil que fue la pandemia. El dulzor del líquido es también un homenaje a la dulzura de la gente en México”.

Diane es todo menos novata. Antes de que a principios de 2022 entrara al equipo élite de whisky makers de Kristeen Campbell —capitana en The Macallan—, ya ella firmaba las botellas de The Naked Malt, el blended malt del grupo Edrington, que es suavecito pero riquísimo, y que es resultado de su propia curaduría de barricas en The Macallan, Highland Park y Glenrothes, entre muchas otras: imagine usted la nariz necesaria. ¿O será el background académico de Diane en ciencias forenses lo que le permite rastrear pistas en la inmensa biblioteca de sabores y aromas que resguarda The Macallan en sus estantes de barricas?
De regreso al hotel, reflexioné un poco más sobre el mundo del lujo, cuyos principios me resultan esquivos con frecuencia. Más que la posesión de un bien cuyo valor económico es alto por un acuerdo de mercadeo entre oferente y comprador —y no por su costo de producción o su valor de uso—, para mí, el lujo está atado a la experiencia sensorial. Pues bien: la colosal campaña que lanzó The Macallan en México, que fue por lo alto, con documental y todo, está soportada en un líquido que sí es de calidad excepcional. Y que, sobre todo, es consecuente en su propósito.
El público objetivo de Distil Your World es primordialmente el de los coleccionistas, inversionistas y millonarios quienes lo beberán en sus casas o exhibirán la botella en su propia cava; por ello, la caja misma es una obra de arte, con la ilustración de Alfredo Ríos en la parte interior. Pero para los mortales como yo, lo dicho sobre el líquido es también cierto en las expresiones accesibles, como The Macallan 12 años Sherry Oak, que es un verdadero manjar.
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DOS DÍAS DE MAGIA PURA
A finales de octubre y principios de noviembre se entrelaza una cadena energética rarísima que conecta múltiples culturas del mundo, sobre todo en el hemisferio norte. Los celtas, por ejemplo, celebraban el Festival de Samhain justo cuando caía el follaje de los árboles y comenzaba la época de frío y oscuridad. Consideraban que durante esos días tenía lugar una suerte de limbo entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y entonces algunos de los primeros —de los vivos— modificaban sus atuendos para comunicarse con los espíritus visitantes. Esas son las raíces del Halloween.
Mientras tanto, en Mesoamérica, varias culturas nativas tenían bien tejido su sistema de creencias en torno a la muerte. Algunos de los rituales de mexicas y teotihuacanos, entre otros, consistían en ayudarle a los difuntos en su tránsito a su siguiente realidad, y para ello les dejaban herramientas y otras ofrendas. Llegados los españoles —cuya iglesia había hecho coincidir su Día de Todos los Santos con la temporada del Samhain celta en el calendario—, el culto local se sincretizó, lentamente, con el cristiano.
El resultado de esa última mezcla es lo que hoy se conoce como el Día de Muertos, que realmente son dos días: el 1 y 2 de noviembre. El principio es parecido al celta, sin que haya habido ningún contacto entre las dos culturas: los que ya partieron vienen de visita, y los vivos les ofrecen, en su altar, un homenaje festivo en el que se comen delicias, se bebe, se les recuerda y se prenden velas para ayudarles en su viaje de regreso. Esta, una de las más alegres tradiciones que existen en torno al difícil tema de la muerte, fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2008.

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